sustentabilidad

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4.3 VALORES Y PARTICIPACION CIUDADANA EN DESARROLLO SUSTENTABLE

La gran importancia de la iniciativa social y el gran volumen de recursos que moviliza, no es un aspecto muy conocido, incluso dentro del propio sector y es considerado en ocasiones residual, hablándose del “sector desconocido” (Nielsen, 1979) o del “continente perdido” (Salamon y Anheier, 1999).  Sin embargo, ya comenzamos a disponer de datos que nos dan información sobre su autentica importancia y sobre su espectacular crecimiento en todo el mundo.
Un estudio comparativo desarrollado por la Universidad de Johns Hopkins en 22 países, con datos de 1995 demuestra claramente la importancia de la iniciativa social.  Esta investigación descubre que el sector mueve en estos 22 países 1,1 billones de dólares, con el equivalente de 19 millones de trabajadores a jornada completa, lo que supone un promedio del 4,6% del PIB, representando el 5% de todo el empleo (excluido el agrario), el 10% de todo el empleo del sector servicios y el 27% de todo el empleo del sector público  Una media de un 28% de la población de estos países aporta parte de su tiempo a estas organizaciones, lo que equivaldría a 10,6 millones de empleados a tiempo completo.  Sumados remunerados y voluntarios el sector representa un 7% del empleo no agrario de estos países.  Si el sector no lucrativo de los países estudiados formase un país seria la octava mayor economía del mundo La participación social es un fenómeno muy extendido en Europa, en los 23 países de la Europa occidental, con una población total de más de 400 millones de ciudadanos, entre la mitad y los dos tercios pertenecen al menos a una organización no gubernamental (Jarre, 1991), en la Unión Europea algunas estimaciones hablan de entre una tercera parte y la mitad de la población: aproximadamente cien millones de personas (Comisión de las Comunidades Europeas, 1997 Su distribución es irregular entre los diferentes países, incluso varía dentro de estos, así por ejemplo, existen grandes diferencias entre los países católicos y protestantes (Le Net y Werquin, 1985), o entre el norte de la Europa occidental, donde la participación es mas frecuente y al Europa meridional, y a su vez de la Europa meridional a la Europa del Este donde los ciudadanos parece que han optado por inhibirse (Halman, 2001), después de décadas de “participación forzada”.  En cualquier caso, suponen un potencial enorme de ciudadanos dispuestos a apoyar y colaborar en los más diferentes proyectos y tareas.  En la Unión Europea se estima que en torno al 31% de los europeos participan en asociaciones, pero dicho porcentaje es más importante en el caso de los irlandeses (48,3 %) y menor en el caso de los italianos (22,6 %) (Eurobarómetro, 1987).  Según esta misma fuente España se sitúa en torno al 25,2 %, el ultimo país en participación después de Italia
En nuestro país, de acuerdo con los últimos datos disponibles, se ha producido un incremento espectacular de la pertenencia a asociaciones desde comienzo de la década de los noventa.  En la actualidad el grado de asociacionismo estaría en tono al 40%.  Alberich (Alberich, 1994) estima que “10.193.000 españoles están afiliados a una o varias asociaciones, el 33.1 por ciento de la población mayor de dieciocho años”.  Ruiz (Ruiz, 2000) con datos de 1995, estima que existen mas de doscientas cincuenta mil asociaciones, con mas de veinte millones de cuotas de socios y mas de once millones de socios registrados.  Continuando con estas estimaciones, Ruiz de Olabuénaga estima que “En términos del PIB, el gasto total del Tercer Sector (sin imputar el valor del voluntariado), asciende a 3.215.247 millones de pesetas, el equivalente al 4.6% del PIB español de 1995, y a 4.095.235 (con dicha imputación), lo que equivaldría al 5.87 del PIB”. (Ruiz, 2000).  Ruiz afirma en la misma investigación que el empleo equivalente del tercer sector asciende al 4.6% del empleo no agrícola, proporción que se eleva hasta el 6.8% si se tiene en cuenta el trabajo de los voluntarios.
Estos datos confirman que el incremento de ciudadanos que participa en asociaciones ha sido importante.  Nos encontramos con el hecho paradójico que mientras en los ochenta se produce un descenso importante de pertenencia a asociaciones, el número de estas prácticamente se duplica.  Cada vez existían más asociaciones, pero menos asociados.  Ahora bien, este incremento de participación no quiere decir que nos encontremos ante una sociedad civil fuerte y bien estructurada: “el país en general no tiene una concepción de lo público como un ámbito de responsabilidad colectiva, ni tampoco dispone de una presencia fuerte, estructurada y responsable de lo que se ha venido denominando sociedad civil” (Subirat, 2001).
En cambio, los niveles de solidaridad que se dan entre la población española son de los mas altos de Europa, por ejemplo, en el verano de 1994 España es el país que más fondos recauda para el conflicto de Ruanda, desbordando todas las previsiones de las ONG.  En 1998, como consecuencia del huracán Mitch se produce una corriente de solidaridad entre los ciudadanos españoles sin precedentes.  Esta corriente de solidaridad ocupa incluso portadas en los periódicos europeos ante la magnitud del apoyo ofrecido.  Esto no debe extrañarnos ya que según un estudio de la Fundación Empresa y Sociedad, el 58% de los españoles está dispuesto a dar un día de su sueldo para ayudar a los más necesitados.  Y que decir de los miles de voluntarios que acudieron a Galicia para intervenir en la catástrofe del Prestige bajo el grito de “Nunca maix”.  ¿Somos quizás solidarios compulsivos y no solidarios reflexivos?, ¿Nos importa el aquí y el ahora y no las consecuencias futuras? ¿Nos cuesta comprometernos a largo plazo?.

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